Los extraños se reunían cuatro o cinco veces
al año en fechas clave. Iban a comer o a cenar, a preguntarse lo mismo de
siempre, sonreír, hacer bromas que en ocasiones rozaban lo ofensivo, algunas
veces intercambiaban dinero. Se suponía que debían pasarlo bien y lo
intentaban, a su manera.
Se conocían desde siempre, pero a la vez se
desconocían. Cada vez no eran los de la anterior ocasión, y eran los mismos al
mismo tiempo. Mismas caras, mismas voces, mismos estilos. Iban creciendo los
más pequeños, madurando los intermedios, envejeciendo los mayores. En realidad,
parecía que comían o cenaban para ponerse al día, pero no había tal interés.
Nunca lo hubo. Era lo que se suponía que tenían que hacer y lo hacían.
Cada uno destacaba a su manera: la anciana
viuda que se ponía triste al recordar en fechas de fin de año a su marido, el
padre peculiar que animaba la fiesta a su manera, con cultura y otras cosas que
los extraños raramente entendían, la hija casi siempre silenciosa que intentaba
encajar al tiempo que quería ser ella misma, la madre de otro extraño, que
incitaba a la hija ya mencionada a hacer cosas que ella no quería hacer y que
imponía su opinión frente a la del resto, el tío callado que reía de cuando en
cuando, el otro tío que contaba chistes ante los que casi nadie se reía, la tía
afectiva de belleza extraordinaria que reía a carcajadas en todo momento.
Una vez más, los extraños estaban de gala, en
una de las casas de uno de ellos y con una cena de demasiados platos frente a sus
ojos. Reían y hacían chascarrillos mientras hablaban de todo y de nada, de sus
vidas y de las de otros.
“¿Qué estás estudiando?” “¿Cómo va el
trabajo?” “A ver si me dais más nietos pronto…” “¿Cuándo os vais a casar?” “¿Quieres más
gambas?” “¿Y eso para qué sirve?” “Quizá para el próximo año ya no esté entre
vosotros” “¿Habéis visto esa peli?” “La situación política del país…” “¡Pero si
nos vas a enterrar a todos!”
Había, en ocasiones, silencios incómodos que
dejaban entrever lo que los vestidos, las corbatas, los chalecos y tacones,
junto con la abundante comida y la constante cháchara, trataban de ocultar. Esa
incomodidad latente, esa falta de verdadera confianza, esos largos periodos de
tiempo en los que no se veían, esas ganas de ir a casa, o de que se fueran de
la casa.
-¿Y qué tal llevas la carrera? – preguntó la
madre de otro a la hija ajena.
-Bueno, tengo los exámenes pronto, así que
voy estudiando en vacaciones… - respondió ella con una sonrisa amable en la
boca, que había perdido ya el tono rosado de pintalabios que había elegido
cuando se preparaba para la reunión – Espero que salgan bien.
-Y si no, siempre puedes cambiarte de carrera
– replicó la mujer, y luego rió de manera pérfida bajo la percepción de la
hija.
-¡Deja a la muchacha tranquila! – exclamó la
tía con la gracia que la caracterizaba - ¡Que sea feliz con lo que ella quiera!
La hija rió con amabilidad, casi con
agradecimiento, según cambiaba la conversación cambiaba a otra cosa.
-¿Habéis visto mi nuevo reloj? – preguntó
otro extraño, mostrando su muñeca – Es bonito, ¿verdad?
-Sí, la verdad es que sí.
-Ya me gustaría a mí tener uno así de guapo.
-Pues nada, baratísimo. Un ofertón.
-Pues a mí no me gusta.
De pronto hubo un intercambio de puyas que
salían de situaciones anteriores, antiguos roces y tensiones que de algún modo
seguían latentes. También había un cierto cariño, pero lo malo salía más
frecuentemente a flote. Era inevitable.
Las puyas pararon cuando llegó el momento de
tomar los postres. Los estómagos llenos se esforzaron por dejar un poco de
espacio, y así bajaron por el esófago un trozo de tarta de limón, turrón,
mazapán, e incluso un mantecado.
Poco después llegaron los regalos, no demasiados,
pero ninguno miraba el diente a su caballo. Se suponía que los regalos se
entregaban al día siguiente, pero los extraños eran también extraños en eso.
Suficiente tenían con cenar dos días en fechas tan pegadas, con verse las caras
tan seguidamente.
Tras los regalos hubo un brindis, unas risas,
un desperdigarse por la casa, hasta que a cierta hora empezaron a irse en sus
coches. Unos dejaban a otros en sus casas y luego iban a las suyas propias a
reposar la comida durante el sueño, y donde justo antes de dormir, pensarían: “Pues
ya está, sólo queda Año Nuevo”.
Los extraños, por un momento, se juntaron con
más extraños, que caminaban por la calle con otros extraños más. Se mezclaron
varios grupos entrando a un parking, y podrían haberse subido en coches ajenos,
con extraños ajenos, olores ajenos y haber llegado a casas ajenas, que el resultado habría sido el
mismo.
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Lista de participantes de #NaviBlogger <--- ¡Entrad para leer más cosiñas navideñas o antinavideñas mientras yo sigo tope loca haciendo cosas para la universidad!
En serio, a ver si retomo esto decentemente, que lo hecho de menos D:
¡Muchas gracias a todos los que leáis este relato!
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En serio, a ver si retomo esto decentemente, que lo hecho de menos D:
¡Muchas gracias a todos los que leáis este relato!
Me ha encantado Misora, me parece un retrato muy fiel a lo que es la Navidad, una simple excusa para reunirte con todos aquellos a los que no ves -porque no les da la gana- durante el resto del año.
ResponderEliminarTenemos una visión similar de la navidad y me alegra eso.
Un besito Miso,
Vanclaise.
Has clavado lo que es esa parte de la Navidad y comparto con los del relato la sensación de estar deseando que se marchen de tu casa. Y las preguntas incómodas, esas preguntas que sobretodo hacen los más mayores, las tías sobretodo. La Navidad es su excusa para llevar al extremo su parte cotilla.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
María
De verdad, cada cosa que escribes me encanta <3 Refleja muy bien cómo me siento en Navidades, sobre todo este año...
ResponderEliminarYo me pregunto por qué la gente es así, por qué no pueden quedarse en sus casas tranquilamente si no aguantan verle la cara a alguien... Malditas apariencias.
Un beso~
Uauh... pues al leer esto me siento afortunada de que mi grupo de extraños me agrade xD Aunque a veces sí me pongo desesperada por irme...
ResponderEliminar-Pao
Después de leer esto, debo decir que me siento poco identificada, ya que en mi grupo de extraños, los "extraños" no lo son, porque nos vemos cada sábado o cada dos sábados. Wow, me siento afortunadisima de que mis navidades sean familiares y no..."¿extrañales?" ¿puedo usar ese palabro sin que la rae me pase por la guillotina?...
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Misora, una muy buena forma de retratar la situación vivida por a saber cuántas familias durante esta época. La forma es genial, y el contenido aunque tradicional me ha parecido muy bueno. Los extraños siempre han estado ahí, y siempre habrá más gente que se convierta en extraña.
ResponderEliminarUn frío beso navideño,
Emily
A veces me sorprendo con todas estas charlas de extraños. Claro que veo que hay gente así, pero, por suerte, soy de las raras que conoce a sus extraños (o a una elevada mayoría de esos extraños). Una forma genial de retratar lo que se ve en tantas familias, que parece cotidiana, pero la vuelves especial.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
¡Un besín!
Uah, Misora, ha sido una maravilla. Me ha gustado eso de «los extraños» y, aunque discrepo con lo has dicho (porque la navidad me parece muy chachi), me ha parecido brutal la forma en que lo has trasmitido, el contenido, los detalles... en fin, todo. Y nada, espero leerte en muchísimos más proyectos de RB :)
ResponderEliminar¡Un beso!
Étincelle
Me encanta Misora, sobretodo porque yo también tengo cenas con ¨los extraños" y lo has descrito a la perfección. Me gustó mucho.
ResponderEliminar¡Un beso!
Angie
¡EXTRAÑOS, EXTRAÑOS, EXTRAÑOS!...
ResponderEliminarSí; en realidad todos somos extraños al fin y al cabo. Chachi, Misora.
Un beso, y nos leemos;
JJ.