20 ago 2016

Las aventuras de Trashy Girl - Viento que devasta


 La botella pasaba de mis labios a los suyos esa noche, ambos en el balcón arropados por una manta y dejando que el alcohol calentara nuestros estómagos. Los restos de una cena que me había costado horas preparar se enfriaban, como nuestras narices. Era Nochebuena, la primera y única que pasé con Trashy Girl, y por aquel entonces tampoco la conocía demasiado. Aun así me llamó esa misma tarde, mientras comía: "¿Pasas esta noche con alguien?". De pronto, la pasaría con ella.
Para mi sorpresa, no resultó demasiado incómodo. Trashy Girl sabía sacar temas de cualquier parte, siempre con una respuesta interesante o algún recuerdo que contaba entre risas que se contagiaban. Pasamos la cena, para la cual se había arreglado en exceso, charlando de tantas cosas que el hilo resultaba imposible de seguir si me despistaba un instante, aunque era prácticamente imposible. Los labios pintados de un rojo oscuro contrastaban con el tono blanquecino de aquellos dientes que mostraba al sonreír, y sonreía constantemente, y sus mejillas se levantaban y achinaban sus ojos, que brillaban de pronto de una manera distinta, como si por un momento fuera realmente feliz. Los constantes gestos me atrapaban al igual que los movimientos de sus labios. Pronunciaba con ahínco al hablar, la escuchaba sin pretenderlo. 
Pero entonces estábamos en la terraza, mirando los edificios que se extendían en un paisaje oscuro lleno de puntos de luz - ventanas de bloques cercanos nos revelaban lo que ya sabíamos: todo el mundo tenía una familia; alguna estrella perdida, coches que pasaban dejando rastros fugaces con sus faros -. Todavía hablábamos, Trashy Girl dijo algo ingenioso y me reí, me reí de veras. Cuando volví a mirarla, su sonrisa había tomado un matiz cariñoso. "Tu manera de reír me recuerda a alguien, aunque en realidad no os parecéis en nada, en nada de nada".
Me dio la sensación de que se refería a alguien a quien había querido, y se lo pregunté sin poder contenerme, añadiendo de inmediato que no tenía por qué responder, que era una pregunta estúpida, que no debería haberla formulado... pero ella volvió a reírse, por supuesto, mientras me miraba con ternura. "No pasa nada. Sí, le quise, le quise y le destrocé". Contuve las ganas de indagar más mientras un silencio pesado de instaló entre nosotros por primera vez desde que Trashy Girl había entrado en mi hogar, y recuerdo que buscaba temas de conversación para librarnos a ambos de la incomodidad, pero ella siguió, claro que siguió, comenzando con un "ese día había cumplido los dieciocho".
Ella tenía dieciocho y el chico exactamente veinticuatro, pero desde los dieciséis había vivido rodeado de mujeres que usaba únicamente para divertirse, como ellas a él, la mayoría de las veces. En ocasiones duraban para algo más que un encuentro, pero ninguna aguantaba demasiado, quizás porque se cansaban de él, o puede que al contrario.
Trashy Girl, por supuesto, sabía todo esto. Era un chico con cierta fama y al que se había encontrado en un par de ocasiones, cruzando apenas saludos, pero aquella noche, "después de una fiesta de cumpleaños tan desastrosa como mi pelo", lo encontró de camino a ninguna parte. Y decidió que quería ser una más, por una vez, una más. Una en su lista, si es que la tenía, y ya está.
No fue así, por supuesto.
Bastó con un poco de charla para acabar en un motel cualquiera, tirados en una cama demasiado blanda, sobre una manta que casi arañaba la espalda, algo bebidos, o fumados, besándose y desgastándose la piel. Aquello duró más de lo esperado para ambos. Para Trashy Girl, que esperaba estar en casa mucho antes, y para él, que se vio atrapado en ella, cautivo de alguna manera, y libre al mismo tiempo de seguir siendo quien era y hacer lo que hacía, como cualquiera que conoce a Trashy Girl. Sin quererlo, comenzó con ella una relación que ella nunca pretendió, ni quiso, ni veía.
A pesar de sus andadas, no era un chico imbécil. Sabía tan bien como ella, como yo, que lo que le había atrapado era la fuerza natural del aire agitándolo todo, arrancando árboles del suelo, tirando abajo edificios, destrucción en calles plagadas de caos. Y se lo dijo. "Me dijo una vez que podría devastarle, y que lo hiciera", pausa, "y lo hice".
Quedaron varias veces, siempre para lo mismo. Las ansias de él no eran por tenerla entre sus brazos y plagar su cuerpo a besos, o al menos, no sólo se trataba de aquello, simplemente era la única manera de estar a su lado y darle un poco de todo lo que quería ofrecerle, todo lo que Trashy Girl rechazaba sin piedad cuando, tras acabar, se daba una ducha y se marchaba, cuando no respondía a frases cariñosas con más allá de una sonrisa desde lejos falsa, o cuando empezó a saltarse las cenas de antes, las comidas de antes, las invitaciones de antes. Se veían para lo que se veían, nada más, aunque él siempre intentara algo más, "a veces me daba auténtica pena la cara que ponía cuando me iba, así que dejé de mirarle", y tampoco le miró antes de desaparecer de su vida. "Se supone que ahora ha cambiado, que lleva un tiempo con la misma chica y que nadie sabe por qué. Pero yo sé por qué. Soy un huracán".
Esa fue la primera vez que lo dijo, la primera de tantas, pero ya entonces no me pareció exagerado, ya entonces supe que tenía toda la razón. Aunque, y esto lo sé ahora, en aquella ocasión con aquel chico no fue un huracán como siempre, lo fue porque, en parte, quiso serlo, no sin querer, no por su propia naturaleza, y en parte porque se lo pidieron. Quizás precisamente por eso. La compasión en Trashy Girl siempre tuvo un matiz extraño.
Al final se durmió en la silla mientras observábamos la noche. Quise llevarla al sofá, pero se revolvió y me dio la espalda, acurrucándose en la manta y dentro del incómodo vestido. Al día siguiente, cuando se lo comenté mirando el maquillaje emborronado en sus ojos, se limitó a decirme que le gustaban los sitios altos.

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