El niño se movía nervioso, echando miradas
rápidas a la anciana que había a su lado. Ambos en pie, ambos en la puerta del
Hospital de Todos los Bienvenidos. Ella mantenía la mirada fija en el
horizonte. Parecía una estatua. Él era incapaz de quedarse quieto.
Una reportera se acercó a ellos,
entusiasmada. A su lado, un tipo sosteniendo una cámara en el hombro. La mujer
comenzó a acribillar con preguntas a la anciana, similares a las de cuatro años
atrás.
-¿Y por qué la eligieron a usted entre todos
los miembros de su familia?
-Porque soy vieja. Gane o pierda, la
probabilidad de que mi familia vuelva a ser seleccionada decaerá, y mejor que
me vaya yo a que se vaya otro. Yo estoy preparada.
-¿Cómo se tomó que su familia la eligiera?
-Lo decidí yo.
-¿Y qué pasa con este adorable chiquitín? –
la reportera se sentó en cuclillas frente al niño. Sus tobillos crujieron pero
él no lo oyó – No es normal que los niños sean seleccionados.
El chico levantó la vista. Los labios
curvados hacia abajo, los ojos llenos de lágrimas. La sonrisa de la reportera
se truncó durante un instante, aunque nadie lo notó en sus casas, en los
píxeles de sus televisiones.
-¿Por qué te eligieron a ti? – preguntó,
animada. El pequeño tomó aire antes de responder:
-Porque corro muy rápido.
-¿Cómo de rápido?
-Como un perro.
-¿Y tus papás?
-Ellos no pueden. Mi hermana nació hace unos
días. Papá trabaja, mamá está muy cansada – le tembló la voz un instante.
-Bueno, si corres tan rápido como un perro,
no tendrás problemas.
La reportera se levantó y habló poco más de
un minuto a la cámara, de pie entre los dos corredores, algo adelantada. Su
tono alegre no cambió en ningún momento, contrastando con la seriedad de los
rostros a su espalda. El niño lo oyó según se alejaba a un lado, donde una masa
ingente de personas se había reunido sólo para verles entrar al túnel, correr
por las calles de La Catedral. El comienzo se acercaba y a cada segundo, a cada
nuevo movimiento inquieto del niño, la anciana parecía más de piedra.
El pistoletazo sonó de golpe, asustándolos a
ambos. El chico echó a correr entre los vítores ensordecedores del gentío,
dejando atrás a la anciana, pero no lo hizo tan rápido como un perro. Era un
niño, pero sabía que en velocidad tenía ventaja y pensó que no era necesario
cansarse. Mamá se lo había dicho.
El túnel lo absorbió en su abrazo oscuro
minutos después. Dentro no había nadie, pero siguió corriendo. No habría parado
hasta llegar a la meta de no ser porque no funcionaba así. Cuando llevaba unos
cinco minutos, paró. Sus ojos apenas se habían acostumbrado a la oscuridad, los
gritos de la gente quedaban lejanos y sonaban como cánticos, su corazón latía
con fuerza, no sólo por la carrera.
Respiraba por la boca. Se acordaba de su
madre. Quiso llamarla, pero se calló y comenzó a palpar el suelo con las manos.
Las lágrimas desapareciendo en la oscuridad, los dedos ensuciándose. Sangró el
índice un rato después, al cortarse con algo. El niño apenas se quejó. Se llevó
el dedo a la boca. Sabía mal.
Agarró, sin embargo, aquello con lo que se
había cortado. Lo palpó cuidadoso. Era un cuchillo. Ahora sólo quedaba salir
del túnel y esperar a la anciana. Era lo que le había dicho papá. “Coge un
cuchillo, hijo, o lo que encuentres. Corre hasta el otro lado del túnel, espera
allí, y haz lo que tienes que hacer”.
-Lo siento, hijo. Es lo que tengo que hacer.
Las palabras de la anciana pillaron por
sorpresa al chico, el golpe que le propinó después en la espalda también, su
propio grito le sobresaltó. No la había oído llegar. Su corazón palpitaba
demasiado fuerte y sonaba en sus oídos, junto con su respiración, sus sollozos,
su ropa rozando contra el suelo. Y la anciana había sido tan lenta, tan
precavida…
Le empujó al suelo de una patada en la
espalda. Ambos se quejaron. Apenas veían, se guiaban por sonidos e intuición,
por el instinto de supervivencia.
El niño llamó a su madre en un sollozo. No
podía verla, pero la anciana estaba sobre él, un pie a cada lado de su cuerpo
inmaduro, con una piedra enorme levantada en sus brazos temblorosos. La iba a
dejar caer sobre la cabeza del chico, pero no pudo, no pudo. Claro que no pudo.
La colocó con cuidado sobre su cuerpo, sin
embargo. La respiración se volvió ahogada.
-Lo siento – dijo. Sonaba sincera – Lo siento
de veras. Pero es tú o yo, pequeño, tu familia o la mía. Ellos lo necesitan.
Somos muchos en casa, ¿sabes? Necesitan que gane. No puedo matarte, perdón –
sus pasos comenzaron a alejarse – Perdón. Es cruel matarte, pero es cruel
dejarte aquí.
-Pesa… - se quejó el chico – No puedo
respirar bien… Mamá…
-Perdóname. Perdóname.
La voz de la anciana sonaba más débil a cada
paso arrastrado. El niño al principio se revolvió, luchando, pero el miedo
podía con él. Había tenido miedo desde que su familia fue elegida al azar. Supo
que la decisión sería mandarle correr a él. Varios días de silencios y noches
con pesadillas. Pesadillas de todos, pesadillas suyas. Estaba cansado y triste
y quería a su madre. Quería ser su hermana. Quería agarrar la mano de su padre.
Levantó las manos a la cara, limpiándose las
lágrimas. En aquella oscuridad, las imágenes de su familia llenaban sus ojos, los
recuerdos, pero algo en él todavía le pedía correr como un perro, algo natural
que le hacía pensar en lo antinatural del momento.
Apenas unos segundos después estaba
quitándose la piedra de encima. Sin dudas, con esfuerzo. Metía los dedos
tiernos entre su camiseta y la piedra y empujaba. Pesaba mucho, era más grande
de lo que creía en principio, presionando todo su tórax y parte del abdomen. Lo
intentaba igual, aguantando el aire con esfuerzo, soltándolo instantes después.
La piedra tardó un rato largo en caer a un lado.
El niño se levantó, tosiendo de fatiga. El
miedo se había convertido en adrenalina y le hizo echar a correr sin dudas, el
cuchillo en la mano cortando el aire al mismo tiempo que lo hacía él. No sabía
cuánto tiempo había pasado desde que la anciana se había marchado, pero no
importaba. Era veloz como nadie. La alcanzaría. No podía haber ganado aún.
Corrió un metro tras otro sin parar, tan
deprisa que sentía que iba a caerse. Trastabillaba en ocasiones, se le doblaba
un tobillo en otras, pero su cuerpo no tocó el suelo. Sus piernas le llevaron
hasta la salida del túnel. La anciana caminaba tranquila hasta la meta: su cuerpo
mugriento por el túnel rompiendo con el paisaje anaranjado, proyectando una
sombra alargada que casi se mezclaba con la oscuridad que rodeaba al niño.
Cuando le vieron surgir, emanar del túnel a
esa velocidad impensable, el público estalló en gritos de sorpresa. La anciana
giró la cabeza para otearle por encima del hombro y aceleró el paso. Inútil.
El chico la alcanzó deprisa. Se abalanzó
sobre su espalda con un bramido y, sin dudas, le abrió el cuello con el cuchillo
tal y como papá le había dicho que hiciera.
Saltó después y una tranquilidad extraña le
inundó. Caminó sin prisa hasta la línea de meta dejando un rastro de sangre
ajena que goteaba de sus propias manos. Esas manos pequeñas, inocentes, de
dedos blandos y líneas apenas marcadas. Esas manos que antes temblaban
nerviosas y ahora se mantenían serenas.
Dejó caer el cuchillo al suelo. Los berridos
de la gente le impedían pensar con claridad, pero descubrió terror dentro de
sí. No por lo que había hecho, si no por lo que iba a pasar. Mamá y papá y su
hermana serían felices. Incluso él sería feliz. La probabilidad de que les
volviera a tocar bajaría y nunca jamás ninguno tendría que pisar ese túnel tan
horrible, tan oscuro… pero ya no era lo mismo.
Cuando llegó a la meta, otra reportera se
acercó a él, que no apartaba los ojos del suelo, pensativo.
-¡Menudo giro de acontecimientos! – dijo,
poniéndole la mano en el hombro. No se inmutó – Cuando todo estaba perdido, o
ganado, depende de cómo lo miremos, la situación ha dado uno de los giros más
inesperados vistos en esta carrera – miró al niño – Has llegado a Plain City,
pequeñín. Felicidades. Dime, ¿qué ha pasado en el túnel?
-No pudo matarme. Me dejó atrapado, pero me
solté y corrí.
-¿Corriste como un perro? –. El chico asintió
- ¿Y no tenías miedo? –. Volvió a asentir - ¿Qué te hizo aunar fuerzas? ¿Tu
familia, quizás? ¿Tu hermanita?
El niño levantó la vista a la cámara.
-No. Simplemente, comprendí. Lo comprendí
todo.
Los ojos del niño se vieron en todas las
pantallas de todas las televisiones de todo el país. Resultaron ser distintos a
los que habían visto horas antes.
***
Esta historia pertenece a una serie de relatos de uno de los proyectos de Reivindicando Blogger, en este caso, #ViajesLiterarios. Para completar el recorrido, aquí está The Crazy Writer, el blog donde está publicado el relato del siguiente participante, que empieza en el lugar donde éste termina; y para leer la historia que lleva al Hospital de Todos los Bienvenidos, sólo tienes que ir al blog Huellas en la Neblina.
Dejo aquí también un enlace a la lista de participantes.
Una vez más, muchísimas gracias a todos los que leáis este relato ^^ Espero que os haya gustado y vuestros comentarios. ¡Un abrazo!
ES TAN TÚ. TAN TÚ. Y ME HA RECORDADO TANTO A SANGRE SOBRE EL PAN, CUANDO PELEAN POR EL PAN ❤
ResponderEliminarEl momento en el que el niño estaba en el túnel, con la piedra encima... Me ha dado mucha angustia. Me ha recordado mucho a un ataque de ansiedad y también a un ataque de asma.
En fin, el relato es increíble. Me ha parecido fantástico. Bueno, en tu línea de cosas maravillosas y crueles y duras y geniales.
Un beso,
C.
No sé qué ha sido esto. Acabo de vivir una experiencia terrorífica leyendo esto. Me he sentido dentro del puto túnel y viendo la cara de la anciana aquí a mi lado. Dios, Julia, tienes un dominio de las palabras y una crudeza escribiendo que. Que en fin. Me has dejado con los pelos de punta. Este tipo de distopía es un género que me encanta, y lo has defendido como nadie. Muchísimas enhorabuenas, Ju. Has hecho un trabajazo.
ResponderEliminar¡Un beso!
Paco M.
Me ha recordado a tantas obras que a la vez no me ha recordado a ninguna. Está influenciada por todo lo que has leído, pero, como era evidente, metes tu puto estilo y nos explotas la cabeza. Como este blog. Cada entrada es una explosión en la cabeza para el lector.
ResponderEliminarQué cruel. Qué violento. Qué poco humano.
ResponderEliminarQué genial. Qué grandioso. Grandioso en personajes, grandioso en argumento, grandioso en técnica.
Qué grandiosa eres, Misora.
Abrazaos rexhulos,
Alberto.
Me has destrozado por dentro. ¿Sinceramente? Es sublime, Misora, sublime. La redacción es brillante, y te conduce perfectamente por la oscuridad, por el miedo, por el destino inevitable... Y la ternura de los personajes. Y los pequeños detalles. Y los ojos. Y ese precioso dibujo. Me has destrozado por dentro, por favor, hazlo muchas veces más.
ResponderEliminarUn frío beso,
Emily
¡¡¡Wow, Misora increíble!!! Los personajes tan humanos, el tunel, el miedo... todo es muy vivido e intenso. Me ha encantado, de verdad, muy bueno.
ResponderEliminarUn besito
Angie
Qué puedo decir que no hayan dicho ya. Es simplemente genial. No sé si ya lo dije, pero soy tu fan.
ResponderEliminarSaludos!!
Tengo que decir que al principio no me gustó mucho pero cuando el niño entra al túnel ha sido un cambio brutal. Me he visto metida de lleno en la historia y tengo tal angustia que parece que he estado yo en vez del niño. Ha sido un relato brutal. Muy bueno, Misora, de verdad. Alucinante lo que sabes hacer con las palabras.
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