26 feb 2019

Canto a Nora Helmer



La pequeña y perfecta niña tenía las coletas tensas y rubias, una voz aguda que a todos gustaba, una sonrisa grande porque papá le tenía prohibido llorar. La pequeña y perfecta niña no se comía los mocos ni se arrancaba las pestañas y desde luego no le decía a otros niños que el Ratoncito Pérez no existe. La pequeña y perfecta niña era otra niña, no ella. Esa otra niña, tan rubia y modosita, no habría deshecho el pelo trenzado con cariño por su madre la mañana de la foto oficial del curso, y aparecería en ella ahora, impresa sobre papel, colocada en el salón junto a otro puñado de fotos de sí misma que mostraba su crecimiento, con las trenzas hechas y los ojos llenos, llenísimos de pestañas, y una sonrisa que levanta por igual sus dos mejillas. Pero ella tendía a lo asimétrico, a lo hueco, a los vértices.

Durante la adolescencia se podría haber llevado mejor con su familia. Si hubiese sido de otro modo, le habrían encantado la playa y los viajes en coche de ocho horas, porque no se marearía y se pasaría todas esas horas pegada a la pantalla de consola o con el libro de turno entre las manos. Los errores de los demás no le habrían impedido amarles y su estabilidad emocional se mantendría intacta y entonces todos la querrían y nadie la habría llamado retorcida cuando tenía, ¿cuántos decís? Ah, quince. Quince años y ya retorcida. Así era ella.

Se lo creyó con fuerza y la empezaron a llamar Master of Puppets con cierto recochineo dentro del cariño y la admiración, algunas veces incluso con reproche, y ella en un principio dijo: "¡Sí! ¡Sí! ¡Lo soy!", hasta que descubrió al mirar hacia arriba que se había atascado y enrollado en sus propios hilos, que le apretaban el cuello y le enrojecían el rostro y aún así tenía que seguir moviéndolos para que el resto, ¡el resto y no ella!, sonrieran.

Tuvo que aprender a desenrollarse, a entender la naturaleza y el arte del entretejer y así descubrir por dónde se podía resolver mejor el nudo - ya había practicado años antes con un juguete de esos para niños listos, que consistía en hacer a propósito un nudo dentro de un cubo que no se podía abrir para luego desatarlo desde fuera. No pregunten más al respecto, es complejísimo explicarlo de forma literaria, mis disculpas -. Tensó unas cuerdas y rompió otras hasta desenvolverse en una caída hacia el vacío y directa contra el suelo. ¡Quién le iba a decir a ella que los hilos entonces vendrían de otra parte! ¡Quién tendría el valor de advertirle que ya no serían los de la manipulación, sino una serie de cuerdas que ella misma se puso para no sobrepasarse!

Y ahora que decide romperlas, que se busca hacia un lugar donde respirar sin gargantillas, que se le descubre la posibilidad de observar sus nudos de bondage, tendrían que haberla visto tan mujer ya, tan adulta, oh tan sexy y seductora - ¡a follar, a follar! Como cerdos y llamándola guarra, que se lo cree, se cree de veras que no vale más que la asfixia que merece, dios qué mojada se pone la muy -, y se da cuenta de que no merece la pena, de que hay otros modos y no necesita esas cuerdas que ella misma, ¡ella sola buscando seducir y mantener!, se ha puesto.

Hacía años, esta niña odiosa, esta adolescente rebuscada, esta mujer mancillada, escribió algo sobre despegar, sobre tener alas. Ahora descubre que nunca las tuvo ni las tendrá y que pide el encuentro de dos líneas paralelas: en el infinito, sí, un lugar inalcanzable. ¡Alas, para que os quiero, si tengo pies para correr!

Estira y estira y se le abre la piel en mil estrías y al final las cuerdas se rompen y jadea y llora. "¡Mala, mala!", le gritan de fondo. Se lo cree, como siempre, pero no como siempre: ahora sólo un rato, ahora sólo un poco. Ni mala ni buena. Ni diosa ni súcubo. Ni reina ni esclava. Mujer que camina con caderas anchas y vello en axilas y piernas. Mujer sin camino ni alas en la espalda ni necesidad de volar. Caminante no hay camino se hace camino se hace camino al andar y camino tú me llamas y yo voy y me niegas que me vuelva y te sigo por el suelo como una briza de hierba: toma este vals que se muere en mis brazos y no, no, no me lo devuelvas, que mi cintura se quiebra, que se me dislocan los tobillos y se me salen los fémures de la cadera y así no hay quien camine, ¡no hay quien pueda!

Así se marcha la mujer nueva. Mírense a sí mismos antes de arrojarle la primera piedra.

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